lunes, 22 de febrero de 2016



EDUCAR EN EL ASOMBRO- Catherine L'Ecuyer
"Asombro"
El asombro, hijo de la curiosidad y del deseo, es primo del descubrimiento. Nació en el terreno de lo extraordinario, al otro lado de los límites conocidos. Enemigo de lo cotidiano, creció jugando con lo imposible. Casose pronto con la invención. Su primer hijo fue lo nuevo, y la segunda, pequeña y pizpireta, Felicidad.
Enrique

domingo, 21 de febrero de 2016

Educar en el asombro- 4/2/16



Catherine L'Ecuyer, Educar en el asombro.



Educar en el asombro

Leímos el libro de Catherine L’Ecuyer, Educar en el asombro, después de haber leído anteriormente su segunda obra, Educar en la realidad. Un tanto repetitivo en sus argumentos y en cierto modo basado en exceso en el “buenismo” como planteamiento, no deja de ser una lectura sencilla y entretenida,  aunque quizá más enfocada a padres y a madres de familia en general que a los docentes en particular. 

Educar en la realidad centraba su atención en discutir los mitos que actualmente se aceptan como válidos: la capacidad de multitarea de los jóvenes, la primacía de lo virtual sobre lo real, la tecnología vista como la panacea que arreglará todos los males que aquejan a la escuela, etc. 

En Educar en el asombro, L’Ecuyer habla de los peligros de la sobreestimulación a la que sometemos a los niños; del peligro de abandonar la lectura y la escritura derrotados por el poder de  la imagen visual; del riesgo que supone ser incapaces de estar en silencio; del desastre que se avecina si no logramos que los niños y niñas recuperen su capacidad de asombro, herramienta evolutiva que nos ha traído hasta aquí; de la tristeza que produce ver cómo se cae en el culto al feísmo una vez que se ha perdido la capacidad de apreciar la belleza; etc.

Como en el anterior libro, el lector encuentra multitud de citas para la reflexión. Quizá la más representativa de todas sea la que aparece al comienzo, de G.K. Chesterton:

“Cuando muy niños, no necesitamos cuentos de hadas, sino simplemente cuentos. La vida es de por sí bastante interesante. A un niño de siete años puede emocionarle que Perico, al abrir la puerta, se encuentre con un dragón; pero a un niño de tres años le emociona ya bastante que Perico abra la puerta”.
                                                                                                                                                                                                   José Ignacio