Catherine L'Ecuyer, Educar en el asombro.
Educar en el asombro
Leímos el libro de Catherine
L’Ecuyer, Educar en el asombro,
después de haber leído anteriormente su segunda obra, Educar en la realidad. Un tanto repetitivo en sus argumentos y en
cierto modo basado en exceso en el “buenismo” como planteamiento, no deja de
ser una lectura sencilla y entretenida, aunque quizá más enfocada a padres y a madres
de familia en general que a los docentes en particular.
Educar en la realidad
centraba su atención en discutir los mitos que actualmente se aceptan como
válidos: la capacidad de multitarea de los jóvenes, la primacía de lo virtual
sobre lo real, la tecnología vista como la panacea que arreglará todos los
males que aquejan a la escuela, etc.
En Educar en el
asombro, L’Ecuyer habla de los
peligros de la sobreestimulación a la que sometemos a los niños; del peligro de
abandonar la lectura y la escritura derrotados por el poder de la imagen visual; del riesgo que supone ser incapaces
de estar en silencio; del desastre que se avecina si no logramos que los niños
y niñas recuperen su capacidad de asombro, herramienta evolutiva que nos ha
traído hasta aquí; de la tristeza que produce ver cómo se cae en el culto al
feísmo una vez que se ha perdido la capacidad de apreciar la belleza; etc.
Como en el anterior libro, el lector encuentra multitud de
citas para la reflexión. Quizá la más representativa de todas sea la que
aparece al comienzo, de G.K. Chesterton:
“Cuando muy niños, no necesitamos cuentos de hadas, sino
simplemente cuentos. La vida es de por sí bastante interesante. A un niño de
siete años puede emocionarle que Perico, al abrir la puerta, se encuentre con
un dragón; pero a un niño de tres años le emociona ya bastante que Perico abra
la puerta”.
José Ignacio
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