Frank McCourt
Basado en sus experiencias como profesor en varios institutos de educación secundaria en Nueva York entre los años 60 y 90, algunos de los fragmentos, situaciones y reflexiones que citamos a continuación nos resultan curiosamente familiares, a pesar de la distancia geográfica y del tiempo transcurrido:
Entonces, ¿por qué tardó usted tanto? (*en escribir un libro). Porque estaba enseñando: por eso tardé
tanto. No en un colegio universitario ni
en una facultad, donde uno tiene todo el tiempo del mundo para escribir y para
otras diversiones, sino en cuatro institutos públicos de Nueva York. (…) Cuando
impartes cinco clases de instituto al día, cinco días a la semana, no vuelves a
casa con la idea de despejarte la cabeza y crear prosa inmortal. Después de
cinco clases tienes la cabeza llena del barullo del aula. (p. 11)
Los periódicos te pedirán a ti, un simple profesor de
secundaria, tu opinión sobre la educación. Esto será un notición: a un profesor
de secundaria le piden su opinión sobre la educación. Caray. (p. 14)
Los profesores de pedagogía de la Universidad de Nueva York
nunca hablaban en sus lecciones de cómo resolver las situaciones de bocadillos
voladores, (…) nunca de los momentos críticos en el aula. (p. 25)
¿Y usted se consideraba profesor? Yo no me consideraba nada.
Era más que un profesor. Y menos. En el aula del instituto era sargento
instructor, rabino, paño de lágrimas,
ordenancista, cantante, erudito de poca monta, administrativo, árbitro, payaso,
consejero, controlador de vestuario, director de orquesta, apologista,
filósofo, colaborador, bailarín de claqué, político, psicoterapeuta, bufón,
guardia de tráfico, sacerdote, madre-padre-hermano-hermana-tío-tía, contable,
crítico, psicólogo, el último asidero. (p. 29)
Yo aprendí por prueba y error, y pagué el precio. (p. 30)
Estás con ellos día va, día viene, y ni te figuras, Mac, el
efecto que tienen esto sobre tu mente. Adolescente para siempre. (p. 46)
Hacer frente a docenas de adolescentes todos los días te
hace poner los pies en la tierra. A las ocho de la mañana a ellos les da igual
cómo te sientas. Piensas en el día que tienes por delante (…) no hay
escapatoria. Están allí, y tú estás
aquí, con tu dolor de cabeza, , tu indigestión, con ecos de la discusión que
has tenido con tu cónyuge, con tu amante, con tu casero, con tu hijo
insoportable que quiere ser Elvis, que no agradece nada de lo que haces por él. (p-86)
Toda clase tiene su química. Hay clases que se disfrutan y
se esperan con interés. Ellos saben que los aprecias y, a cambio, te aprecian a
ti. A veces te dicen que la lección ha estado muy bien, y tú te sientes el rey
del mundo. Esas cosas, de alguna manera, te dan energía y ganas de pasarte el
camino de vuelta a casa cantando. (p.
98)
Una nota de disculpa no es más que uno de los elementos de
la vida escolar. Todo el mundo sabe que son obras de ficción, así que ¿para qué
darle tantas vueltas? (p.106)
No se tiene respeto a los profesores que te mandan al despacho
del director o llaman a tus padres. Si no eres capaz de resolverlo tú solo, ni
siquiera deberías ser profesor. (. 116)
Qué pena- dijeron. Algunos de estos chicos se caen por las
fisuras del sistema, pero ¿qué demonios puede hacer el profesor? Tenemos clases
numerosísimas, no tenemos tiempo, y no somos psicólogos. (p. 125)
Las ideas que pudieran tener procedían de la avalancha de
medios de comunicación de nuestro mundo. Nadie les había dicho que tenían
derecho a pensar por sí mismos. (p. 148)
“No lo sé”. Ponen cara de sorpresa, hasta de asombro, e
intercambian miradas de asombro por todo el aula. (…) Es un momento intenso. El
profesor confiesa su ignorancia, y la clase se queda en silencio por la
impresión. Quítate la máscara, profe, y qué alivio. Se acabó el Señor Sabelotodo. (p. 160)
Lo que me plantea un desafío es la indiferencia. (p. 181)
También los profesores aprenden. Después de pasar años en el
aula, después de encontrarse cara a cara con miles de adolescentes, tienen un
sexto sentido respecto a todos los que entran en el aula. (p. 183)
He aquí la situación de los centros de enseñanza públicos:
cuanto más lejos estés del aula, mayores son las remuneraciones económicas y
profesionales. (p. 193)
Cuando se hundió mi matrimonio, yo tenía cuarenta y nueve
años (…) la enseñanza me obligó a olvidarme de mis problemas (…) en el aula
tenía que seguir adelante con mi actividad. (p. 239)
Al principio de cada curso decía a los nuevos alumnos de Creación
Literaria: “Estamos metidos en esto juntos. Vosotros, no sé, pero yo esta
asignatura me la tomo en serio, y estoy seguro de una cosa: al final del curso
habrá en esta aula una persona que habrá aprendido algo, y esa persona,
amiguitos, será yo” (p. 241)
“¿Qué es la educación, en todo caso? ¿Qué estamos haciendo en
este instituto? Vosotros podréis decir que queréis graduaros para ir a la
universidad y prepararos para una carrera profesional. Pero, compañeros
estudiantes, es algo más que eso. Yo he tenido que preguntarme a mí mismo qué
demonios estoy haciendo en el aula. He llegado a expresarlo con una ecuación”.
Escribo a un lado de la pizarra una M mayúscula, a la derecha una L mayúscula,
y trazo una flecha de izquierda a derecha, que va del MIEDO a la LIBERTAD. “No
creo que nadie alcance la libertad completa, pero lo que intento hacer con
vosotros es conseguir que el miedo se refugie en un rincón.” (p. 307)
McCourt, Frank (2011). El
Profesor. Madrid: Embolsillo.
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